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25 de noviembre de 2012

Actitudes ante la vida

Las actitudes que adoptamos ante los retos que la vida nos impone están en buena medida relacionados con nuestro pasado evolutivo. Un pasado irracional en el que la lucha por la supervivencia era una constante. Para afrontar aquella vida, nuestros antepasados, al igual que la inmensa mayoría de especies animales superiores, se vieron obligados a recurrir a los mecanismos de huida o lucha. Esas dos actitudes opuestas permanecen en la actualidad en nuestro inconsciente y nos empujan en una u otra dirección a la hora de afrontar los avatares de la vida. Tal vez encontremos escasas similitudes entre la vida salvaje de la sabana y la presunta vida apacible de las sociedades urbanas, pero los estímulos de ambos entornos pueden desencadenar reacciones similares en nosotros. El estrés, la ansiedad, las fobias o la depresión son patologías en buena medida relacionadas con ese pasado salvaje.
A modo de concreción, existen dos actitudes ante la vida, la huida o la lucha. La huida nos hace sumirnos en el abandono, el miedo, la baja autoestima, la sumisión o el victimismo. En cambio, la lucha nos convierte en seres extravertidos, valientes, emprendedores, triunfantes, famosos. Aunque nunca hay que llevar a extremo ninguna conducta, lo cierto es que la actitud de lucha ante la vida hace que alcancemos nuestros objetivos y que nos propongamos otros nuevos, en cambio, la actitud de huida nos conduce al fracaso. A la hora de conquistar nuestros objetivos debemos tener en cuenta que los retos por los que atravesamos son consecuencia fundamentalmente de decisiones anteriores nuestras, aun cuando parezcamos arrastrados por el infortunio o el azar. Por ello debemos tener en cuenta que debemos superar esas pruebas que nos hemos propuesto para alcanzar las siguientes, aunque hayamos perdido el interés inicial. Difícilmente superaremos ninguna prueba si acostumbramos a abandonar ante las primeras dificultades.

10 de noviembre de 2012

El efecto de recencia

Recientemente hablábamos del Efecto de Primacía, aquel que nos hace recordar con mayor intensidad la primera vez que nos enfrentamos a una experiencia, en detrimento de las siguientes. El efecto contrario sucede cuando esa experiencia es familiar para nosotros y terminamos por asimilarla a las últimas percepciones que tenemos asociadas a ella. Esto resulta significativo cuando conocemos a alguien desde hace tiempo, una persona con la que nos relacionamos habitualmente. Lo normal es que la visión que tenemos de esa persona está asociada a las últimas experiencias en común. Haciendo memoria podemos recordar que aquella persona nos producía al principio rechazo, pero con el tiempo eso ha ido cambiando y ahora la vemos diferente. Esta situación es conocida como Efecto de Recencia, pues los recuerdos recientes son los que influyen en mayor medida en la percepción global que tenemos sobre algo o alguien. 

5 de noviembre de 2012

¿Es posible disfrutar en ausencia de placer?

La forma de vida que llevan los ciudadanos en la mayoría de países desarrollados lleva a pensar que la ansiada felicidad solo es alcanzable mediante el constante estímulo de los sentidos. Si analizamos las actividades que suministran placer en estas sociedades veremos algunos rasgos comunes a todas ellas. El sexo, la gastronomía, la literatura, el cine, la música, los viajes. Todo ello tiene en común su procedencia externa. El origen del placer asociado a esas actividades es fundamentalmente exógeno a nuestra mente. Por ese motivo, la inmensa mayoría de personas busca encadenar unas actividades placenteras con otras, a la vez que huye de aquellas que considera no placenteras, como el trabajo, los estudios o los desplazamientos. Los individuos parecen abocados a una búsqueda insaciable de estímulos placenteros, que les haga olvidar el resto de sus vidas.
Ahora bien, ¿es posible disfrutar en ausencia de placer? Aunque resulte increíble, no solo es posible sino que este tipo de satisfacción es más duradera y redunda en una mejor calidad de vida. Muchas personas, de forma inconsciente, programan actividades que desean para el futuro, viajes, ceremonias, estudios. Al programar esos eventos, están recreando en su mente algo que en realidad no existe, pero que tiene probabilidades de llegar a existir. El evento en sí, es algo realmente efímero, pero la programación puede durar incluso años. Esa actividad mental en la que se programa el futuro no solo es placentera sino que es duradera, aporta sentido a la vida y es la pieza clave para cumplir los deseos. Está demostrado que las actividades exclusivamente mentales tienen efectos en nuestro cerebro similares a los que producen estímulos físicos. Las personas que aprenden a meditar dominan a la perfección la producción de sensaciones placenteras y son capaces de evocarlas en ausencia de estímulos externos. Aprender a vivir sin una constante exposición a placeres mundanos redunda en una calidad de vida mucho más plena y satisfactoria.