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29 de septiembre de 2010

Alcanzar el autocontrol

Cuando vemos a personas que explotan en estentóreas carcajadas, que rompen a llorar desconsoladamente por minucias o que pierden los nervios en un brote de ira por el menor contratiempo, estamos contemplando a personas que carecen de control emocional. Suelen producir cierta estupefacción al verlas y finalmente rechazo, porque no tienen reacciones consideradas como normales sino exabruptos descontrolados e impredecibles. Estas personas no han recibido una educación emocional adecuada durante la infancia y adolescencia y ahora se encuentran a merced de sus emociones. La mayor parte de las personas reciben esta educación durante la infancia, de forma natural en el proceso de enculturación por las familias fundamentalmente, pero no todas las personas corren la misma suerte.
Las emociones, como el miedo, la ira, la alegría o la tristeza, son un aspecto fundamental de nuestra psique, fruto de la evolución, que nos ayuda a sobrevivir y a desenvolvernos por el mundo, nos guían a la hora de tomar decisiones de todo tipo. Sin ellas seríamos una especie de máquinas inexpresivas carentes de sentido en la vida. Gracias a las emociones se produce el cuidado de los descendientes, la socialización, los avisos de peligro o la protección de la comunidad. Pero estas emociones necesitan de un control racional, necesitan que la mente consciente las desconecte una vez que han encendido la alarma. De lo contrario las personas se encuentran en poder de las emociones y se comportan de forma irracional.
Para abordar el control consciente de las emociones hay que sumergirse en un proceso de introspección y de comparación social. Debemos preguntarnos si nuestras reacciones son normales en nuestro entorno, si los que nos rodean tienen esas mismas reacciones. Una buena forma consiste en grabarse en vídeo y observar esas imágenes. Una vez detectadas esas expresiones descontroladas es preciso asignar una reacción adecuada y comedida de forma mental; es decir, hay que recrear la imagen de uno mismo teniendo la reacción adecuada y sintiéndose bien con uno mismo por haber sabido reaccionar de forma controlada. Nuestros pensamientos son activos y engendran conductas, por eso debemos recurrir a ellos para modificar nuestro comportamiento en el futuro.
El descontrol emocional no atiende a si esas emociones son percibidas como positivas o negativas. Es fácil reconocer a una persona descontrolada cuando tiene un brote de ira, pero no tanto cuando prorrumpe en carcajadas. Es preciso controlar tanto unas como otras, pues todas son indicadoras de que no existe autocontrol. Para llevar una vida plena hay que tener a las emociones domesticadas para que nos guíen por el mundo pero sin estar sometidos a sus irracionales designios, haciendo que nuestra mente racional se imponga sobre ellas.

22 de septiembre de 2010

El misterio del Azar

Antes de que los dados abandonen la mano del jugador ya está determinada la posición en que van a caer. Podríamos decir que los dados lo saben, pero nosotros no. Entonces, ¿cabe hablar de sucesos aleatorios o es mejor hacerlo de sucesos aleatorios para el ser humano? Todo final tiene un principio y toda consecuencia tiene su causa correspondiente y única. Por tanto, la casualidad en sí misma no es más que una demostración de nuestra incapacidad para relacionar causas y consecuencias. En la búsqueda de esas causas se afana la superstición con mejor o peor acierto. También lo hace la ciencia pero aún está en pañales para demostrar el origen de determinados eventos complejos.
Todos los eventos tienen una explicación lógica, una causa que le da origen. El azar aglutina todos los sucesos cuyo origen nos es imposible de predecir, pero ello no implica que no tenga una causa lógica.
Para aumentar la frecuencia de aparición de un fenómeno arbitrario para nosotros, lo mejor que podemos hacer es concentrar nuestro pensamiento en el resultado final, pues sólo así tendremos algún grado de control sobre su resultado. Imaginar una consecuencia es la mejor forma de inducir las causas que la originan. Tal vez no podamos colocar los dados en nuestra mano de forma consciente para que caigan en una determinada posición, pero sí podremos imaginar que caen en esa posición, y tal vez veamos que empiezan a aparecer los resultados deseados.