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13 de agosto de 2014

Por qué es tan importante saber gestionar las emociones

El mundo emocional era el perfecto emocional hasta que Daniel Goleman publicó Inteligencia emocional en 1995. En la actualidad se ha comenzado a realzar la importancia de las emociones, después de siglos relegadas al ostracismo tras la Ilustración y su culto a la razón. Pero, ¿por qué es tan importante saber gestionar bien las emociones? En otras entradas hemos hablado de los tres 'cerebros' que tiene el hombre: el cerebro reptil que dirige las funciones vitales del organismo, el cerebro mamífero que regula principalmente las emociones, y el cerebro humano que controla los pensamientos complejos. Aunque esto es una simplificación extrema, nos sirve para comenzar a comprender el funcionamiento de nuestra mente. En los mamíferos, el cerebro emocional es su cerebro superior, el que guía su conducta.
Esos tres ámbitos conviven en nuestro encéfalo y cada uno tiene una 'voz' diferente según las circunstancias internas y externas del individuo. Las emociones constituyen una voz discreta que se enciende en nuestra mente para alertarnos de cómo debemos interpretar la situación que estamos viviendo. Si experimentamos una situación de peligro se encenderá la emoción del miedo. Si vivimos una experiencia penosa se encenderá la emoción de la tristeza. Y en otras circunstancias será la ira o la alegría las que aparezcan en nuestra mente. Ante una descarga emocional, los mamíferos tienen su conducta adaptada para ejecutar acciones como luchar, huir, proteger o jugar. Pero el hombre no posee un repertorio específico asociado a las emociones, porque se guía por pensamientos. Así, una emoción de miedo puede incitarlo a luchar en lugar de huir, si así lo decide por cualquier motivo. Es decir, el humano dispone de la capacidad de elegir qué acción ejecutar ante una misma emoción.
Lo que sucede es que durante siglos hemos silenciado la voz de las emociones. De tal forma que nos guiamos principalmente por patrones conscientes de pensamientos programados. Eso hace que nuestra mente emocional reaccione negativamente cada vez que decidimos olvidarnos de ella. Esas reacciones negativas constituyen la principal fuente de trastornos emocionales, que derivan en estrés, ansiedad o depresión.
Lo más sorprendente de esta cuestión es que la gestión de las emociones es una tarea relativamente sencilla. Basta con interrogarse qué se siente en cada momento y poner nombre a esa emoción. Las personas que gestionan mal sus emociones suelen encontrarse en dos extremos opuestos: quienes reprimen su expresión, silenciando cualquier asomo emocional, y quienes dejan que sus emociones se expresen de forma descontrolada, sin establecer límites. Tanto un caso como el otro son extremadamente negativos para nuestra salud emocional y son los causantes de numerosos trastornos psicológicos.
Así pues, la gestión emocional pasa por tres actos: identificar la emoción poniéndole nombre, acomodar nuestra conducta a esa emoción y controlar los extremos de su expresión.