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27 de enero de 2012

El sentido de los sueños



La evolución tiende a hacer desaparecer los fenómenos y las estructuras prescindibles. Lo cual no conlleva que todo en nosotros tenga una función necesaria. Pero qué sucede con los sueños. Las experiencias oníricas permanecen en nosotros sin que sepamos con certeza si tienen alguna utilidad o si son meras distorsiones de los recuerdos. Los sueños son ante todo experiencias espontáneas cargadas de emociones y percepciones. El hecho de que las imágenes o los recuerdos aparecen entremezclados a veces de forma ilógica nos lleva a pensar que son distorsiones. Que nuestra mente se equivoca cuando reconstruye esas experiencias. Sin embargo, soslayamos otro aspecto crucial que nos habla de la importancia de los sueños. Nos referimos a las las sensaciones. Gracias a los sueños somos capaces de elucubrar sensaciones en situaciones que no podemos recrear en la realidad o que podrían representar algún tipo de inconveniente. De esta forma los sueños constituyen un auténtico simulador de realidad virtual que nos permite enfrentarnos a situaciones experimentales sin correr riesgos.
Las sensaciones son el mensaje de los sueños. Son sus palabras, el código que emplea para comunicarnos su veredicto. Gracias a estos mensajes podemos saber qué pasaría si nos enfrentásemos a esas situaciones en la vida real. Nuestra mente no trabaja en balde ni siquiera mientras dormimos. Normalmente los sueños reproducen situaciones que nos inquietan o nos generan algún tipo de incertidumbre. Nuestra mente simula esa situación y nos reproduce las sensaciones que experimentaríamos en ella.
Es cierto que la ambientación no resulta perfecta y suele aparecer mezcla de lugares inconexos, situaciones ilógicas o incluso mutaciones de identidad, tal vez debido a nuestro precario entrenamiento en la interpretación de los sueños. Tal vez si educáramos a nuestra mente esta nos ofreciese alegorías mejor estructuradas. Pero, en todo caso, debemos quedarnos con el mensaje que nos transmite en forma de sensaciones. Sean estas de desasosiego, miedo, pasión, alegría, etc.
Para captar este mensaje debemos entrenar para recordar lo que hemos soñado. Para ello debemos hacerlo justo en el momento en que comenzamos a despertarnos, antes de hacerlo completamente. En ese instante, aún están los sueños flotando en nuestra mente. Debemos hacer un esfuerzo por recordar la mayor parte de lo soñado y sobre todo comprender la sensación que nos ha producido. Esa es la lección que nuestra mente nos está mostrando.

19 de enero de 2012

La mejor medicina



A veces, la mejor medicina no es aquella que se toma sino todo aquello que se deja de consumir. A veces nos encontramos con la salud por los suelos, con cansancio, dolores, angustia, apatía, etc. No sabemos qué nos sucede y buscamos la solución en la medicina. Tomamos analgésicos, calmantes, antidepresivos o ansiolíticos, intentando paliar el mal que nos aqueja, pero quizá la solución no esté en añadir un nuevo producto al cuerpo. Pues tal vez solo añadamos un nuevo problema del que luego debamos recuperarnos. En lugar de emprender una espirar de añadidos a nuestra vida, quizá solo debamos sustraer elementos. Antes de añadir ningún medicamento, ningún elemento exógeno debemos preguntarnos qué es lo que nos sobra. ¿Fumamos, bebemos en exceso, tomamos drogas, barbitúricos, disgustos, preocupaciones, estrés, ansiedad...? ¿Qué sobra en nuestra vida? Es la pregunta que debemos hacernos. Si encontramos la respuesta encontraremos la solución a la mayoría de nuestros problemas. Los medicamentos no son un problema en sí mismos sino, más bien, una mala solución a un problema anterior. No acabaremos con un problema tapándolo con el manto silenciador de las medicinas. Tal vez en situaciones extremas no quede más remedio que recurrir a ellos, pero siempre acompañándolos de una reflexión profunda que nos lleve a encontrar el origen de nuestros verdaderos problemas.