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29 de marzo de 2014

El equilibrio entre placer y dolor en la búsqueda de la felicidad

En la eterna búsqueda de la felicidad humana podemos distinguir dos vías bien distintas tanto en el proceso como en el resultado. Si la felicidad puede considerarse como el objetivo universal del ser humano, no puede decirse lo mismo de las formas de perseguirla. Haciendo un ejercicio de síntesis, podemos establecer dos categorías en la forma de buscar esa meta. Por un lado están quienes la buscan a través del placer y, por otro, quienes lo hacen por medio del dolor. El consumidor de drogas, de sexo rápido o de comidas copiosas busca la felicidad por la vía del placer. El deportista, el estudiante vocacional, el trabajador motivado o el eremita buscan la felicidad por la vía del dolor. Indudablemente hay cientos de ejemplos en los que ambas vías se encuentran entrelazadas. Pero en general las personas tienden hacia una de las vías con mayor preferencia.
Lo que sucede es que placer y dolor son dos sensaciones que el ser humano experimenta siempre a partes iguales, de tal forma que la búsqueda de uno conlleva una dosis equitativa del otro. Aunque resulte paradójico, la búsqueda del dolor conduce al placer y la búsqueda del placer deriva en dolor. La resaca del alcohol, el síndrome de abstinencia o una indigestión son consecuencias dolorosas que suceden a experiencias altamente placenteras. En el otro extremo, la satisfacción tras una carrera, el orgullo al aprobar un examen o la recompensa tras un trabajo son consecuencias placenteras tras el dolor o el sacrificio experimentado en esas actividades.
Podríamos pensar que ambas vías hacia la felicidad son idénticas, porque las dos redundan en cantidades similares de placer y dolor, sin embargo esto no es así por varios motivos. El primero es que la vía del dolor nos permite elegir el tipo de sacrificio que queremos experimentar, así, podemos trabajar, estudiar, entrenar, meditar, etc. siempre bajo nuestra voluntad, como vías de sacrificio o dolor. En cambio, el dolor producido tras la vía del placer no lo podemos elegir. Además, el balance tras una experiencia placentera que termina en dolor, suele ser negativo, porque recordamos mejor lo último que nos ha sucedido. La experiencia negativa anulará los efectos positivos anteriores. Otro motivo más es que la vía del dolor nos permite aliviar el sufrimiento porque mentalmente somos conscientes de que ese dolor tiene una finalidad positiva, algo que no sucede con el dolor experimentado tras el placer. Por último, el placer vivido tras un prolongado periodo de sufrimiento es experimentado de una forma mucho más intensa, porque entendemos que hemos alcanzado algo que deseábamos con fuerza. Por tanto, cada persona puede elegir la vía que desee para ser feliz, pero una solo proporcionará pequeños episodios de gran intensidad placentera, seguidos de largos periodos de sufrimiento, mientras que la otra nos permitirá administrar el sacrificio a nuestra voluntad y conllevará grandes dosis de satisfacción.

6 de marzo de 2014

La memoria a largo plazo y el recuerdo de una larga vida

La vida humana tiene una duración determinada por la genética y las condiciones ambientales en las que se desarrolla, en las cuales tiene mucho que decir los avances en medicina. Esa duración es objetiva, sesenta, ochenta, cien años. Sin embargo, el recuerdo de lo vivido no depende tanto del tiempo objetivo vivido, como de la riqueza de las experiencias.
Para comprender esta extraña cuestión es indispensable conocer el mecanismo de la memoria a largo plazo de nuestro cerebro. Nuestra memoria a largo plazo es la encargada de acumular las experiencias relevantes de nuestra vida. Como su naturaleza está relacionada con la supervivencia, este mecanismo está preparado para registrar los eventos con un contenido emocional intenso. Es por ello que solemos recordar con viveza los viajes, los conciertos, las reuniones, las competiciones, los éxitos. También aquellas experiencias negativas, como los accidentes, las enfermedades o los fracasos. Nuestra mente graba estos recuerdos para tener un archivo de referencia que le ayude a tomar decisiones difíciles en el futuro. 
Por consiguiente, la memoria a largo plazo desprecia todas las experiencias rutinarias, repetitivas o irrelevantes. Dónde aparcamos hace una semana, qué comimos hace unos días o qué ropa vestimos hace un mes. Todas esas acciones son cotidianas, todos los días repetimos una rutina idéntica a la de los días anteriores. Por lo cual, nuestra memoria considera irrelevante esa información y la empaqueta como un único evento. Recordamos que hemos aparcado en aquel lugar, pero no cuándo lo hicimos, porque lo hemos hecho cientos de veces. Ninguna de las veces que hemos realizado esa acción entraña un significado más importante para nosotros que los demás. 
Así pues, cuando tenemos una vida cargada de actividades rutinarias, sin experiencias intensas tendemos a pensar que ha sido corta, porque llevamos haciendo lo mismo durante muchos años. Todos esos años se solapan en la memoria y se nos presentan como un paquete único. Ese tipo de vida carece de referentes, de hitos que jalonen el paso del tiempo y nos sitúen temporalmente desde el presente.
Al contrario, una vida rica en experiencias intensas, como viajes, cambios de trabajo, aprendizajes nuevos, amistades nuevas, etc. llenará nuestra memoria de recuerdos vívidos, que nos harán percibir que hemos tenido una vida muy larga. La razón estriba en que los nuevos recuerdos intensos difuminan los anteriores, y al hacerlo, los alejan temporalmente. Los recuerdos intensos difuminados o superados por otros nuevos permanecen en nuestra memoria a largo plazo como señales que nos indican el paso del tiempo. Al tratarse de recuerdos diferentes a los nuevos, tienden a permanecer en la memoria, pero la acumulación de nuevos eventos los vuelve difusos y se alejan en el tiempo.
Por ello, todos tenemos la llave de la longevidad subjetiva, que no es otra que disfrutar de una vida intensa, con experiencias nuevas y únicas, que nos enriquezcan por dentro y nos hagan percibir que hemos vivido una gran cantidad de tiempo.