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8 de junio de 2012

Homeopatía, la otra medicina

La homeopatía se ha abierto paso lentamente en nuestras sociedades, acostumbradas en los últimos decenios a la medicina paternalista y racional, donde no había cabida para tratamientos alternativos. Por suerte, las nuevas generaciones de médicos y farmacéuticos cuentan con una visión más amplia de la que han recibido en sus facultades y están favoreciendo la eclosión de nuevas formas de medicina, consideradas hasta hace pocos años poco menos que anatema. La homeopatía cuenta con más de dos siglos de historia, desde que la introdujera el médico sajón Samuel Hahnemann a finales del siglo XVIII como medicina alternativa, basada en el principio de que "lo similar se cura con lo similar". Esta forma de curar se basa en la preparación del organismo para luchar contra determinados agentes enfrentándolo a dichos agentes bajo dosis moderadas. Esto no resulta del todo desconocido para la medicina convencional, pues se basa en la misma premisa que las vacunas. Con esa premisa, se introduce en el organismo dosis limitadas de las sustancias naturales contra las que se quiere luchar, de suerte tal que el cuerpo adopta una postura defensiva y se prepara ante nuevos ataques. Antiguamente se preparaba las pociones diluyendo la sustancia hasta que la proporción ínfima en relación al agua que la contenía. Esa característica le reportó la mayor parte de las críticas a esta terapia, pero sus defensores argüían que la sustancia transfiere sus propiedades al agua con la que entra en contacto y que, por ende, no era preciso que dicha sustancia estuviera contenida en dosis mayores. En la actualidad han cambiado las formas de disolver los principios activos en agua, respetando el resto de características de la terapia. Es evidente que la homeopatía tiene sus limitaciones, frente a enfermedades graves o frente a enfermedades ya declaradas, pero aporta una interesante alternativa para todos aquellos pacientes que quieran dejar de saturar su organismo de sustancias químicas y de sufrir los temidos efectos secundarios. En la actualidad hay varios productos homeopáticos aprobados por las autoridades sanitarias y de venta en famarcias.

5 de junio de 2012

Interpretaciones sobre el sentido de los sueños

A lo largo de la historia reciente de la ciencia, los distintos investigadores han ido modificando su posición sobre el sentido de los sueños. Las posiciones se han movido entre tres tendencias: la que supone que tienen una función reparadora, la que los considera como un simulador de la realidad y la que entiende que cumplen la función de consolidar recuerdos. Esta última posición parece la más aceptada en la actualidad, sin embargo nosotros nos inclinamos más por la de que los sueños son una simulación de la realidad. El argumento de que los sueños son imperfectos se debe a la escasa atención que se le presta. Viene a ser algo así como pensar que el lenguaje escrito es imperfecto porque el hecho de que existan analfabetos. Lo que sucede es que no ejercemos ningún tipo de control sobre los sueños y ellos se disparan de forma caótica, mezclando imágenes, palabras y sensaciones, muchas veces sin sentido. Sin embargo eso puede cambiar. Con un adecuado entrenamiento se puede lograr entender e incluso programar los sueños.
En una primera fase hay que prestar atención a los sueños. Intentar recordar lo que hemos soñado, escribiendo si es preciso el contenido del sueño. Esto hay que hacerlo inmediatamente después de despertar, pues el sueño se desvanece a gran velocidad con la vigilia. Esta atención a los sueños nos hará más conscientes de qué clase de contenidos abundan en ellos. Descubriremos las pautas, las recurrencias. Aquello que se repita con frecuencia o que aparezca con mayor intensidad será un mensaje de nuestra mente subconsciente. Debemos atender tanto a las imágenes y los diálogos como a las sensaciones que experimentamos, sin miedo a las pesadillas, pues todo es significativo para nosotros.
En una segunda fase podemos intentar programar los sueños. No es fácil, pero es posible. Los sueños suelen aportar emociones a experiencias que no hemos vivido en primera persona. Es decir, nos indican qué sentiríamos si tuviéramos esa experiencia. Por ello solemos soñar con aquellas experiencias que representan algún tipo de reto o de incertidumbre para nosotros. Programar el sueño consiste en hacer preguntas a nuestra mente mediante imágenes. Esto consiste en reproducir secuencias de imágenes de forma consciente. La mejor hora es inmediatamente después de acostarnos. Nuestra mente estará más abierta. Esas imágenes suelen estar desprovistas de emociones. Los sueños se encargarán de agregar esas sensaciones a nuestras imágenes. Tal vez no lo consigamos el primer día, pero si persistimos llegará la secuencia y con ella las respuestas emocionales que buscamos.

1 de junio de 2012

Los telómeros y la lucha contra el envejecimiento

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Los telómeros son los extremos de los cromosomas y constituyen el reloj del envejecimiento de los organismos y su ulterior defunción. Estos telómeros se van acortando con cada división celular, de tal forma que cada célula lleva escrito el tiempo de vida que le queda al organismo. La telomerasa es la enzima que impide ese acortamiento y que solo actúa en las fases embrionarias de las células, como las células madre, y en los tumores. Gracias al estudio de los tumores se descubrió este mecanismo de muerte programada. La consecuencia es que una célula de un individuo adulto es una copia exacta de las que poseía años atrás, excepto en que sus telómeros se han acortado. Este acortamiento conduce a la muerte del individuo. En la actualidad se está trabajando en la fase uno, la que se realiza con ratones de laboratorio, en experimentos para regular la actividad de la telomerasa, de tal forma que siga induciendo la reproducción intacta de los telómeros, como sucede con las células madre. Si los avances en esta materia dan sus frutos, los resultados pueden ser los más importantes que haya conocido la historia de la humanidad. Estaríamos hablando nada más y nada menos que de la inmortalidad. El sueño de todo ser humano. Sin embargo, habría que abrir un debate paralelo que indagase en las causas de la mortalidad de los individuos. La muerte de unos organismos conduce al nacimiento de otros nuevos, virtualmente mejor adaptados. Por ello, la muerte se ha consolidado como un rasgo característico de la biosfera. Sin la muerte de unos organismos no habría nuevos nacimientos ni habría adaptación al entorno. Entonces, tendríamos que preguntarnos qué seres deberían gozar del privilegio de la inmortalidad, siquiera de la longevidad, y qué beneficios aportarían a la humanidad y a la naturaleza. De lo contrario solo estaríamos contribuyendo a mantener una especie parasitaria que aniquilaría los recursos del planeta y arrastraría a todo el ecosistema con ella. Es decir, si la naturaleza ha mantenido la muerte de los individuos durante miles de millones de años ¿debemos buscar mecanismos para manipular ese designio natural? Lo cual nos conduciría a respuestas interesantes. Por ejemplo, que solo las especies capaces de manipular su genoma debieran gozar del privilegio de ser inmortales. Pero todo cambio abrupto conduce a desequilibrios peligrosos. ¿Qué sucedería si un humano inmortal ve morir a toda su generación y a las siguientes? ¿Querría seguir viviendo o su vida carecería completamente de sentido? Por ello, deberíamos plantearnos la posibilidad de investigar en otra línea distinta, pero con las mismas implicaciones, que es la que escruta los motivos por los que unos individuos son más longevos que otros. Eso nos puede llevar a encontrar los rasgos que la naturaleza ha elegido como propicios para el sistema. Reproduciendo estos rasgos aumentaríamos la longevidad de nuestra especie y con el tiempo quizá llegásemos a la ansiada inmortalidad.