En ocasiones nos sorprende que una persona que ha estado a punto de morir en un accidente o por una enfermedad grave sobreviva milagrosamente y no quede en ella ninguna huella visible de ese trance con el paso del tiempo. En realidad, los riesgos a los que estamos expuestos cada día son tan numerosos que todos estamos sorteando constantemente peligros potencialmente letales; accidentes de tráfico, infecciones, caídas de objetos, tumores, agresiones físicas, etc. Cabe preguntarse entonces, qué distingue a las personas que sortean todos esos obstáculos de aquellas otras que tropiezan con ellos hasta que sucumben y pierden la vida. La mente racional tiene demasiadas tareas cotidianas como para estar atenta a todos esos riesgos de los que hablamos, antes bien, son la mente subconsciente y la inconsciente las que se encargan de gestionar todos esos riesgos influyendo sutilmente sobre nuestra conducta.
Supongamos que nos encontramos en la trayectoria de un vehículo que va a atropellarnos y estamos distraídos en una conversación de tal forma que no nos percatamos de su peligro. Mientras nuestra mente racional está concentrada en la conversación nuestro oído capta el sonido del vehículo y lo envía a la mente subconsciente y esta da la orden de interrumpir la conversación para que percibamos el peligro. Nos quitamos del peligro y continuamos con la conversación sin apenas conceder importancia al peligro que acabamos de atravesar.
Para que este proceso tenga efecto, la mente tiene que estar nutrida de ideas referentes a la pasión por la vida, de ese modo dictará las instrucciones pertinentes para protegerla. Esas ideas las debemos aportar conscientemente nosotros como pago al servicio que nos presta nuestro subconsciente. Si tenemos ganas de vivir sortearemos las vicisitudes que se nos opongan en el camino sin gran dificultad, casi sin darnos cuenta del verdadero peligro que entraña desenvolvernos en nuestro entorno.
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