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11 de junio de 2014

En qué consiste la verdadera inteligencia

Durante los últimos siglos, tras la separación entre lo racional y lo irracional que orquestó la Ilustración, hemos creído que la inteligencia consistía en 'saber muchas cosas'. Cuando alguien era capaz de recitar sus conocimientos de memoria engatusaba a todos los oyentes que, sin duda, pensaban que esa persona era muy inteligente. Esto ha sido así hasta finales del siglo XX, mientras imperaba el aprendizaje conductista, cuya última responsabilidad recaía en los educadores, padres y maestros, a quienes se los consideraba como transmisores de sabiduría. A la par, los hijos o alumnos eran considerados como receptores pasivos de conocimientos, cuya única función era ver y escuchar a aquellas personas más instruidas que ellos. 
Con el fin de la Guerra Fría y la llegada de la Globalización, irrumpe con fuerza una nueva forma de concebir el aprendizaje, que no era nueva, pero estaba relegada a otras culturas orientales. Esta forma de aprender se conoce como 'constructivista' y no se basa en aprender cosas sino en vivir experiencias significativas que desarrollen las capacidades potenciales de los individuos. Por tanto, ahora se pone el énfasis en el sujeo que aprende, pues es quien elige las experiencias que le son importantes. Del mismo modo los maestros o padres ocupan un segundo plano, en forma de guías expertos, para facilitar esas experiencias a los sujetos.
En este nuevo paradigma de aprendizaje, la inteligencia emocional cobra una gran importancia, pues constituye la guía que orienta la conducta humana. Las emociones nos indican qué es importante para nosotros, dónde debemos poner los límites o dónde debemos esforzarnos más. Durante la época conductista las emociones permanecieron silenciadas, marginadas por la inteligencia racional. Hoy día sabemos que no sirve de nada 'aprender muchas cosas' si no sabemos para qué sirve todo eso, y ni siquiera sabemos si es verdad todo lo que aprendemos. Muchas personas con una gran cantidad de conocimientos son profundamente infelices, porque no han aprendido a organizar lo que saben y sacarle partido para dirigir sus vidas.
Así, la verdadera inteligencia radica en construir una mente completa, guiada por emociones que nos sirvan para aprender aquello relevante para nuestras vidas y nos permita apartar lo irrelevante. En la vida no es indispensable saber todo el conocimiento enciclopédico, en cambio sí es imprescindible aprender a controlar las emociones y los impulsos irracionales. La inteligencia emocional nos enseña a conocer esos impulsos, a controlarlos y sacar provecho de ellos.

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