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13 de abril de 2011

Lo que hace único al ser humano



Cualquier intento por delimitar las características que hacen único al ser humano puede ser refutado con el tiempo y las investigaciones sobre el mundo animal, pero no por ello debemos soslayar aquello que nos separa de las especies animales más próximas. Se han barajado muchos aspectos como definitivos en ese intento de determinar cuál es la característica fundamental que hace único al ser humano frente al resto de especies. Entre esos aspectos se cita el lenguaje, el simbolismo, la inteligencia, la cultura, etc. Solo el simbolismo ha resistido la prueba del tiempo por el momento, pues no se puede negar que existen especies animales dotadas de lenguaje, inteligencia o manifestaciones rudimentarias de cultura.
Sin embargo tendríamos que dirigirnos al origen de todo para comprender de dónde procede nuestra singularidad. Damos por supuesto que hace unos cuatro millones de años hubo en África una modificación del hábitat que dio paso de la selva arbolada a las sabanas, que se caracterizan por extensas superficies descubiertas y escasos árboles separados en el espacio. Este hecho propició la bipedestación de los primates existentes en aquella época, pues su marcha cuadrúpeda, a diferencia de otras especies, era poco eficaz para desplazamientos largos. La evolución podría haberlos dotado de una marcha cuadrúpeda eficaz pero siguió el camino de la bipedestación con los cambios anatómicos que ello generó. Entre estos cambios el más importante es el del estrechamiento de la pelvis en la madre; hecho que obliga a que los fetos tengan que nacer antes de su completa maduración como sucede en el resto de mamíferos. Podemos observar a un potro recién nacido cómo se pone en pie y camina, frente a la vulnerabilidad del bebé humano.
Este hito en la evolución marcó el devenir de la especie humana. Esa vulnerabilidad de los neonatos dio paso a la institución humana más antigua: el matrimonio. Un macho dominante era incapaz de proporcionar seguridad a varias hembras con sus respectivas crías por lo que se generalizó la asociación de un macho a una hembra para garantizar la protección del recién nacido en sus primeros años y de la propia madre durante la lactancia. La fragilidad de la vida humana se sitúa en el centro de la evolución de la especie, pues todas las instituciones posteriores a la familia como el clan o la tribu constituyen asociaciones basadas en vínculos familiares para favorecer la supervivencia en entornos hostiles. Este camino recorrido por la evolución es el que hace al ser humano único entre las especies.

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