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25 de noviembre de 2014

El debate sobre la eutanasia

Tal vez sea el debate más controvertido de cuantos haya. La eutanasia, etimológicamente significa buena muerte, y su interpretación viene dada por la cultura en que se halla inserta. En las sociedades occidentales, democráticas y liberales, la muerte es tabú. Incluso hablar de la muerte es algo incómodo o desagradable. En realidad todo deviene de una progresiva secularización de la sociedad y de su consecuente materialismo existencial. Nuestras sociedades desconfían cada vez más de la existencia de un más allá. Razón por la cual se considera que la vida debe alargarse y aprovecharse al máximo, pues pocos confían en que exista algo después de la muerte. 
En otras sociedades donde la reencarnación o el edén son considerados como algo incuestionable, la muerte no representa un trauma sino un simple trámite, un rito de paso más, de los muchos que tiene la vida, como el nacimiento, la madurez o la maternidad. Volviendo a nuestra sociedad, donde solo se cuenta con lo que se puede demostrar con los sentidos y la razón, la vida es un preciado tesoro que casi nadie quiere perder y que casi nadie desea que pierdan los demás. 
Eso nos lleva al polémico asunto de la eutanasia. Hay varias modalidades de eutanasia, pero en todas se presupone una acción intencionada por parte de personas distintas a quien desea morir, con el fin de facilitarle la muerte de una forma no dolorosa. Normalmente son pacientes que sufren de una discapacidad grave como la tetraplejia o de enfermedades dolorosas e incurables. 
Se puede distinguir entre una eutanasia pasiva y otra activa. La pasiva supone desconectar los medios que mantienen con vida a a persona que ha solicitado de forma expresa que lo dejen morir. Pero la activa conlleva la administración de alguna sustancia que produzca la muerte al paciente. El primer caso es más fácil de asumir por la sanidad y la sociedad de los países occidentales. Al fin y al cabo, la vida se está manteniendo de forma artificial. Pero la segunda carga con el peso de administrar una sustancia letal al personal sanitario. Y eso es algo que pocas personas están dispuestas a asumir. El personal sanitario está especializado en salvar vidas. Pedir que proporcionen una muerte, por más que lo solicite el paciente es algo para lo que no se prepara a los médicos. 
Pero ¿es justo dejar que sufra una persona de horribles dolores o dejarla postrada en una cama de por vida? Esto debería hacernos reflexionar. Debería ser una cuestión que asumieran las instituciones para no cargar ese peso en unos pocos profesionales. La decisión no debería ser ligera. Después de la petición del paciente se debería dar una serie de pasos para evitar errores, presiones o arrepentimientos y comprobar que de verdad esa persona desea más que nada, morir. Debería sucederse una secuencia de exámenes médicos, psicológicos y jurídicos que velasen por la transparencia del proceso y que mantuviera las garantías legales tanto del paciente como del personal que, en su caso, se encargara de ayudarle a morir sin dolor. Pero antes habría que abrir un debate social para hacer partícipe a todos los ciudadanos de un hecho, que aunque minoritario, afecta de una forma muy grave a unas pocas personas en nuestras sociedades. Morir no tiene por qué ser lo peor que le suceda a una persona. Vivir con dolores insoportables sin esperanza de curación puede ser mucho peor. Así cobran sentido las palabras de Ramón San Pedro de que "la vida es un derecho, no una obligación".

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