Nuestras neuronas se configuran como un mapa tridimensional de millones de luces que se encienden y se apagan con cada recuerdo, cada acción, cada sensación. Una misma neurona está conectada con miles de neuronas y participa en múltiples procesos mentales distintos entre sí. La localización de una capacidad u otra no obedece tanto a una posición en el cerebro como a la distinta configuración en la activación de las neuronas. Es decir; cada recuerdo o experiencia enciende las neuronas de una forma diferente, en una combinación distinta de las mismas neuronas.
A través de su único axón, cada neurona envía las señales nerviosas que le llegan a través de sus muchas dendritas, en un diálogo veloz e incomprensible desde fuera. Las neuronas tienen la potencialidad de desarrollar nuevas dendritas, para lo cual es necesario que la neurona muestre actividad. Cuando una neurona se activa con frecuencia, recibe nutrientes necesarios para generar nuevas ramificaciones dendríticas que le servirán para estar conectada con otras neuronas y aumentar su actividad. Esta es la clave del aprendizaje, la actividad desarrolla el órgano y el órgano desarrollado facilita el aumento de la actividad. Cuando escuchamos que el hombre solo emplea el diez por ciento de su capacidad cerebral no se refiere a que existan neuronas sin actividad, sino a que esas neuronas no han desarrollado el máximo potencial de creación de conexiones sinápticas con otras neuronas, por falta de estímulos adecuados.
Si la memoria consiste en la aprehensión de experiencias pasadas que pueden ser reproducidas mentalmente con posterioridad, el aprendizaje es la capacidad de aprehender experiencias físicas y mentales que nos dotan de nuevas capacidades. Por tanto, el aprendizaje añade a la memoria la capacidad de operar en el plano físico y no se limita a eventos mentales. Cuando adquirimos la capacidad de conducir un vehículo, de hablar otro idioma, de controlar un programa informático, de tocar un instrumento musical o de dominar un nuevo oficio, estamos hablando de aprendizaje.
El hombre debe su éxito evolutivo a la capacidad de aprender, de la misma forma que otras especies se lo deben a su alta capacidad reproductiva, a su ferocidad o a su resistencia a las condiciones del entorno. Al contrario que otras especies, el hombre nace limitado en su capacidad de supervivencia, si no fuera por lo que aprende a lo largo de su vida, sería una presa fácil del medio en que vive. Pero gracias a la capacidad de adquirir conocimientos y habilidades somos capaces de adaptarnos al entorno e incluso de modificarlo para adecuarlo a nuestros intereses. Un cerebro sano es un cerebro activo, bien nutrido y expuesto a experiencias diversas.
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